sábado, 6 de noviembre de 2010

Sábelo.

Tras la cortina de lluvia contemplaba las miles de gotitas de agua a través del cristal de la ventana. Se sentía tan grande, parecía fascinarle ser más grande que una gota, tan indefensa... Pero también le fascinaba la inmesidad de los destrozos que muchas gotas pudieran provocar. En sus ensoñaciones aún estaba cuando una gota irrumpió justo en el centro de su campo visual. Se chocó con el cristal y ahora parecía una pompa aplastada, su cuerpo ahora se esparcía en otras gotitas más pequeñas, muriendo ella misma. Qué vida tan corta la de las gotas de agua. Sus pies blancos como la nieve estaban fríos, por fin se levantó, sus rodillas profirieron un crujido cual bisagra oxidada por el tiempo. Si las gotas de lluvia tenían poca vida, la suya peligraba aún más. Abrió la ventana y no lo pensó, se sentó en el afeízar de ésta. Allí hacía más frío, pero eso ya no tenía importancia. Se acordaba de sus delicadas facciones y se miró en el cristal. Su reflejo le asustaba, estaba tan estropeada, sus ojeras, sus ojos cansados, toda ella ahora era un monstruo. Tan solo una semana atrás se sentía bella, sus mejillas blancas eran rosadas, sus ojos negros eran del color de la miel y esas ojeras, antes eran inexistentes. Cuán delicado podía ser el alma. Y su corazón, reflejo de la oscuridad de sus ojos, tan solo era una mancha en el cuerpo. Lo único que ella se seguía preguntando era: ¿Por qué? Tantas cosas que ella no entendía, por qué sería todo tan difícil... Estaba tan sola, tan triste. Ni siquiera hubo una persona sola que intentara sacarla de ese abismo tan negro. Se preguntaba si alguien más pensaba en ella. Su vista de turbó y ahora no veía nada. Estaba ciega por un momento. ¿La oscuridad invadía también la realidad? O quizás se estaba volviendo loca, quién sabe. Algo se movía en su cara, unos dedos quizás.
 Sus manos de porcelana tantearon esos posibles dedos, aparentemente al tacto también lo parecían. ¿Era todo un reflejo de su imaginación? Fuera como fuese, parecía muy real. Tocaba sus manos, eran muy suaves y algo mas grandes que las de una chica. Antes de que abriera la boca, él le quito las manos de los ojos y ella le miró. No le dió tiempo a mover sus labios congelados. Él solo la besó, la besó dulce y delicadamente, como si fuera una muñeca o un objeto delicado. Sus labios, hasta ahora fríos y morados tomaron su color rojo natural y pasaron a un estado algo menos frío. De nuevo sus mejillas se colorearon con un fantástico rojo pasión, imersa en esa sensación, sus ojos cerró. Cuán maravilloso era todo ahora. A pesar de ser unos labios nunca antes probados, una piel nunca antes tocada, unos ojos nunca antes mirados, todo le parecía ser perfecto.
-No abras los ojos.
Dejó de besarla y ella hizo tal cual él le dijo.
-Solo quería decirte, que no estás loca y que yo no soy un espejismo, te lo aseguro.
-Pero...
-Shh. Solo escúchame. Quiero que sepas que quien nunca te abandona es quien de verdad te quiere.
Antes de que ella pudiera decir una alusión más a sus palabras, él mencionó su última frase.
-Te quiero, sábelo.
Volvió a abrir los ojos. Encontró vacío y oscuridad unidos de la mano. Pero se miró de nuevo en el cristal. Sus colores, sus ojos, volvían a estar como antes. Y su corazón antes muerto, ahora desbocado cual esquizofrénico. Su piel delicada y blanquecina ya no estaba congelada. "Te quiero, sábelo", "Yo también, a pesar de no saber de tu existencia, creo en ti"...